En Fortunata y Jacinta, de Galdós, dos mujeres comparten el protagonismo. Jacinta –de la que ya hablamos– representa el orden establecido. Es la esposa de Juan, la joven burguesa sumisa y abnegada que sufre en silencio. Fortunata es una mujer del pueblo. Conoce a Juan cuando aún está soltero, y se entrega a él sin reservas, con una pasión auténtica y desinteresada. Juan disfruta de este amor desinhibido, aunque sabe desde el primer momento que su relación jamás llegará a nada, pues la diferencia social era por entonces una barrera infranqueable. Llegado el momento, se casa con Jacinta, porque eso es lo que se espera de él, y en un momento de intimidad con su nueva esposa, se sincera y le habla de su amor de juventud:
«Fortunata tenía los ojos como dos estrellas… Tenía las manos bastas de tanto trabajar, el corazón lleno de inocencia… Pero no tenía educación; aquella boca tan linda se comía muchas letras y otras las equivocaba… Se pasó su niñez cuidando el ganado. Yo la perdí, la engañé, le dije mil mentiras, le hice creer que me iba a casar con ella. ¿Has visto? El pueblo es muy inocente, es tonto de remate, todo se lo cree con tal de que se lo digan con palabras finas». (Vol. I, Cap. V, 5. Edición de Francisco Caudet, Cátedra, 1994).
En aquel momento, Juan pensaba que podía controlar su pasión por Fortunata, pero no es así. Se reencuentran una y otra vez, tienen un hijo en común, y el personaje de Fortunata, que en la novela simboliza la fuerza arrolladora del pueblo que empieza a reclamar sus derechos, evoluciona. De los tres, ella es la única que emprende una «revolución» al intentar cambiar las cosas. Primero, trata de corregirse y poner freno a la pasión que siente por Juan. Pero fracasa. Entonces se le ocurre ofrecer su hijo a Jacinta a cambio de quedarse con Juan, y también fracasa. Fortunata comparte el destino trágico de tantos otros personajes femeninos, pero anuncia el cambio que está por llegar.
También Kate Croy, la protagonista de la novela Las alas de la paloma, de Henry James , tiene un problema con la sociedad. Kate es una joven sensible e inteligente, dotada de gran belleza y encanto, que vive con una tía rica que la ha tomado bajo su tutela después de que el padre de Kate dilapidara su fortuna. La tía, que conoce las extraordinarias virtudes de su sobrina, sueña con un matrimonio ventajoso, pero ella mantiene una relación secreta con Merton Densher, un periodista con un futuro prometedor pero sin recursos. Los dos saben que la tía de Kate jamás aceptará este matrimonio y que, si insisten en casarse, la desheredará. Muy lejos de la heroína romántica, Kate no está dispuesta a renunciar a lo que le corresponde para llevar una vida de privaciones y sin futuro al lado de Merton; pero tampoco es capaz de dejarlo para casarse con un buen partido. En esta tesitura, aparece en sus vidas Milly Theale, una joven norteamericana huérfana, ingenua y millonaria, que sufre una enfermedad incurable y que siente una franca admiración por la pareja. Con su habitual suspicacia, Kate intuye que Milly está deseosa de vivir una intensa historia de amor antes de morir, y decide aprovechar esta circunstancia. Convence a Merton para que enamore a Milly, con la esperanza de que, a su muerte, ella le deje heredero de una sustanciosa suma de dinero. Todo sale como ha previsto: Milly se enamora y, al morir, convierte a Merton en un hombre rico y, a ojos de la tía de Kate, en un pretendiente más que aceptable. Sin embargo, algo escapa al control de Kate. Después de haberse aprovechado de Milly, Merton y ella ya no son los mismos; su relación se ha contaminado. Y eso que los dos sospechan que la americana sabía lo que estaban haciendo y, aun así, les dejó hacer. Pero el hecho de que Milly los perdonara, no significa que ellos puedan perdonarse. La conclusión que podría sacarse es que Kate consiguió burlar los límites impuestos por la sociedad, jugó con ellos y ganó la partida; pero en el proceso se manchó las manos y, al final, la pérdida resulta superior a la ganancia.
Dorothea Brook, uno de los muchos personajes de Middlemarch, la novela cumbre de George Eliot, se siente incómoda con el papel limitado que la sociedad victoriana atribuye a la mujer. Ella quiere servir a la sociedad, hacer algo que merezca la pena, pero cuando intenta mejorar las condiciones de vida de los trabajadores que viven en las tierras de su tío, nadie la toma en serio. Entonces conoce al reverendo Edward Casaubon, un hombre mucho mayor que ella que está embarcado en una ardua investigación, y acepta casarse con él porque imagina que los dos juntos, uniendo esfuerzos, podrán confeccionar una gran obra del saber. Una vez más, el personaje femenino fracasa en sus aspiraciones, pues Dorothea enseguida se da cuenta de que el reverendo es un hombre mediocre y ruin que no está dispuesto a dejarse ayudar. Al igual que Emma Bovary, Dorothea es una idealista desengañada, pero mientras que Emma se rebela, ella asume su equivocación y soporta al reverendo hasta que muere.
¿Son todos los personajes femeninos de esta época desgraciados? ¿Es que no hay ninguna mujer de ficción conforme con su destino? Aunque no es lo habitual, las hay. Los personajes de Jane Austen suelen vencer las dificultades y salir victoriosas. Pero a mí me gusta especialmente la matriarca de Al faro, una de las grandes novelas de Virginia Woolf. Mrs. Ramsey es una mujer en armonía con su condición. Está pasando el verano con su familia junto al mar. Su marido –un intelectual caprichoso y egocéntrico–, sus ocho hijos y varios invitados la requieren todo el tiempo, y ella se entrega a su cuidado con auténtica devoción. Vemos su dedicación, el mimo con el que intenta crear un ambiente propicio para que los suyos prosperen y sean felices, y cómo convierte este empeño en un arte que solo ella domina. Aunque pudiera parecer que Mrs. Ramsey es un personaje doblegado, no es así. En realidad, ejerce de un modo sutil su particular dominio sobre los demás, pues todos la necesitan para dar sentido a la vida, para poner orden en el caos. Y aún hay más: ella, el ángel de la casa, la madre entregada y entusiasta, se reserva una parte de sí misma, quizá el anhelo de lo que pudo haber sido y no fue, el íntimo recuerdo de lo que dejó atrás, y ese sentimiento, que asoma de vez en cuando en una de sus miradas perdidas, hace aún más interesante al personaje.
Y, para terminar, volvamos al principio de los tiempos con Eva, el personaje femenino de Mark Twain que recrea a la primera mujer. En sus Diarios de Adán y Eva (Extracts from Adam's Diary, 1904; Eve’s Diary: Translated from the Original Ms, 1906), el autor norteamericano fantasea con humor sobre la personalidad de la primera pareja humana y su relación. ¿Qué se le pasaría por la cabeza a Eva cuando, de pronto, se vio en el Edén rodeada de criaturas extrañas? Y Adán, ¿cómo encajó su repentina aparición, la recibió gustoso o le pareció un estorbo?
Twain lo tiene claro: a Adán le abruma su compañera. La nueva criatura no para de hablar, le observa a todas horas y se empeña en adelantársele a la hora de poner nombre a lo que tienen a su alrededor, algo que le exaspera. El autor se divierte lo suyo perfilando a un Adán tosco y un poco simple que no se entera de nada y al que, de tanto en tanto, le asaltan repentinas ansias de libertad. Eva es todo lo contrario. Desde las primeras anotaciones de su diario, se nos muestra analítica y reflexiva. Eva posee un conocimiento intuitivo del mundo que la rodea, y gran curiosidad por él. «Me encanta hablar», dice de sí misma, «hablo todo el día, incluso en sueños, y soy muy interesante». En cuanto a su compañero del Paraíso, no acaba de entenderlo: «Me parece que la criatura está más interesada en descansar que en ninguna otra cosa. A mí me cansaría descansar tanto (…). Me pregunto para qué sirve: nunca le veo hacer nada». Pero pasa el tiempo y, poco a poco y pese a sus muchas diferencias, se vuelven imprescindibles el uno para el otro. En sus plegarias, Eva ruega no sobrevivir a Adán, pues no lo soportaría; y él, cuando su compañera muere, escribe en su tumba: «Allá donde ella fuera estaba el Edén».
María Forero
(Este artículo también ha sido publicado en mi blog «Entre libros», en www.radiofftherecord.com).