Stefan Zweig nació en Austria en el año 1881. De origen judío, su obra gozó en Europa de gran prestigio y popularidad. Cultivó todos los géneros. Escribió novelas e historias cortas, obras de teatro, ensayos y célebres biografías como la de María Estuardo, María Antonieta o Magallanes. Su autobiografía, titulada El mundo de ayer: memorias de un europeo (El Acantilado, 2001), es un testimonio fiel y conmovedor del período de entreguerras.
Zweig comenzó a escribir sus memorias en Brasil, donde se había exiliado al inicio de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, fue de los primeros intelectuales en intuir el peligro que se avecinaba y, ya en 1934, cinco años antes de que estallara el conflicto, decidió abandonar Austria tras vivir dos incidentes en apariencia insignificantes que, sin embargo, le pusieron sobre aviso. En Salzburgo, la pequeña ciudad fronteriza en la que pasaba largas temporadas, se cruzó un día con un viejo amigo, un escritor con el que mantenía una estrecha relación. El amigo aparentó no haberlo visto para no tener que saludarlo, pero días después fue a visitarlo a su casa. Zweig comprendió que la presión nacionalsocialista que fomentaba el odio por los judíos se estaba filtrando desde la vecina Alemania, y que su amigo no quería mostrarse en público con él para evitarse problemas.
El segundo incidente tuvo lugar meses después. Una noche, recibió en casa la visita de cuatro policías que lo acusaron de esconder armas de la Alianza Defensiva Republicana, una formación paramilitar controlada por el partido socialdemócrata. El argumento carecía de toda lógica –Zweig no mostraba interés por la política, pasaba largas temporadas en el extranjero y, además, ¿qué sentido tenía esconder armas en una casa de campo donde cualquier movimiento despertaría sospechas?–; aun así, los policías registraron su casa. A Zweig le pareció una violación inadmisible de sus derechos y, ese mismo día, decidió abandonar el país. En aquel momento, no sabía que iba a ser un exilio definitivo ni era consciente de la dimensión de la tragedia que se cernía sobre Europa.
Zweig titula la primera parte de sus memorias «El mundo de la seguridad», en referencia al mundo de sus padres y de su juventud. En ese momento, todavía bajo la monarquía de los Habsburgo, Austria era un imperio grande y poderoso. Todos sabían cuál era su lugar en el mundo, qué les correspondía y qué podían esperar del futuro. Existía una confianza ciega en las instituciones, el derecho y la justicia, al tiempo que se respetaban las obligaciones. En Viena se vivía bien. Había fiestas, teatro, música y arte. Los judíos destacaban como grandes artistas y eruditos: los había directores artísticos, pintores, arquitectos, periodistas… De sus años de juventud, Zweig recuerda su anhelo por aprender. Tanto él como sus compañeros de estudio querían estar al tanto de las novedades culturales; deseaban leerlo todo, saberlo todo. A esta ansia por aprender se le unía el deseo de viajar, que gracias a la buena posición económica de su familia, el autor pudo satisfacer ampliamente: en unos años, recorrió Europa, buena parte de América y África.
La Europa de antes de la Primera Guerra Mundial era fuerte y próspera. El avance de la ciencia y el progreso que trajo consigo hizo creer a las personas y los estados que todo era posible. Las naciones se sentían imbatibles: querían enriquecerse más, expandirse más, poseer más, sin darse cuenta de que sus vecinos se sentían igual de fuertes y compartían las mismas aspiraciones. Durante años, los diplomáticos se dedicaron al juego de las alianzas y los retos, confiando en que en el último momento cundiría la razón. A la vez, y casi siempre por motivos económicos, se empezó a fomentar el odio entre países, un odio que los gobiernos crearon de forma artificial, pero que poco a poco fue arraigando en el pueblo. Aun así, quizá no hubiese llegado la sangre al río de no ser por un suceso que actuó como detonante: el asesinato en Sarajevo del heredero al trono de Austria y su mujer. Dice Zweig que, en realidad, el matrimonio no era demasiado querido en su país, pero la prensa se movilizó para exigir una respuesta contundente: parecía evidente que se estaba preparando el terreno para algún tipo de reacción, aunque nadie pensaba en una guerra. Sin embargo, todo se fue complicando, comenzaron a movilizarse los ejércitos y, cuando quisieron darse cuenta, Alemania había invadido Bélgica y estalló la Primera Guerra Mundial, un enfrentamiento que nadie deseaba.
Zweig no profundiza en las razones políticas que provocaron la guerra, sino en el ambiente social e intelectual que se respiraba y en las consecuencias desastrosas que trajo la contienda. Austria dejó de ser una monarquía imperial, su territorio fue dividido y se vivieron años de miseria, hambre y estraperlo. Se perdió la fe en las instituciones, los jóvenes dejaron de confiar en sus mayores y se dio la espalda a la tradición. Fue una época alocada, de experimentos delirantes en los que todo estaba permitido menos ser tradicional. En arte, triunfaron las vanguardias, fiel reflejo de lo que estaba pasando en la sociedad. Finalmente, el desorden generalizado fue el caldo de cultivo de los fascismos, que pretendían devolver la cordura a un mundo desorganizado.
En cuanto a Alemania, la inflación, el paro, las crisis políticas y la estupidez extranjera permitieron que el mensaje de odio hacia los judíos y la rebelión contra la República que propugnaba Hitler cundieran en la población. Años atrás, en Múnich, Hitler había fracasado porque las circunstancias no acompañaban, pero ahora consiguió apoyos de uno y otro bando. Que era un exaltado lo sabían todos, pero creían poder controlarlo. Al fin y al cabo, ¿qué podía hacer en un país en el que el derecho estaba firmemente arraigado y los ciudadanos creían firmemente en la libertad y la igualdad de derechos que propugnaba la Constitución? Sin embargo, y con asombrosa y terrible rapidez, todo se desmoronó, desapareció el Parlamento y los derechos fueron aplastados uno a uno en Alemania.
De 1934 a 1940, Zweig vivió en Inglaterra. De esta época recuerda la ceguera política de los ingleses, que se empeñaban en ver a Hitler como un mal necesario, pues creían que les iba a servir para frenar el avance bolchevique y que, después, ya habría tiempo de poner coto a sus aspiraciones. En Londres, el autor recibió la noticia de que Alemania había ocupado Austria, y después supo del ensañamiento de Hitler con Viena, la ciudad que lo había ignorado en su juventud. Muchos de sus amigos y conocidos fueron ejecutados, los crímenes se contaban por miles; mientras, una Europa debilitada moral y militarmente se resistía a creer lo que estaba pasando y seguía convencida de que la inhumanidad sería derrotada por los principios occidentales. No fue así, y la sociedad supo de los campos de concentración en tiempos de paz y de que en los cuarteles se construían cámaras secretas donde se mataba a personas inocentes sin juicios ni formalidades.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Zweig pasó de ser un extranjero en suelo inglés a un extranjero enemigo. Él, que formaba parte de la lista negra de escritores prohibidos en Alemania y que los nazis lo habían estigmatizado por culpa de su raza y su forma de pensar, se había convertido –por el hecho de ser austríaco– en enemigo de quienes defendían sus mismos valores. Esta paradoja y la certeza de que Europa iba a ser destruida lo empujó a abandonar el continente.
Zweig pone punto final a sus memorias en ese duro momento de su vida y de la historia de Europa. Sabemos que él y su segunda mujer se exiliaron en EE UU, pero que no consiguieron encajar y, tras pasar por varios países sudamericanos, acabaron en Brasil. Aquí, lejos de su casa, de sus amigos y de su pasado, el autor se enfrenta al vacío de pensar que todo está perdido, que Europa y su cultura jamás se recuperarán y que el nazismo se va a extender por todo el planeta. Ese temor acabó con él: el 22 de febrero de 1942, Zweig y su mujer se suicidaron en la ciudad brasileña de Petrópolis.
María Forero
Stefan Zweig, El mundo de ayer: memorias de un europeo (El Acantilado, 2001)
(Este artículo ha sido publicado también en mi blog «Entre libros», www.radiofftherecord.com)