martes, 20 de junio de 2017

1984, de inquietante actualidad




George Orwell publicó su novela 1984 (Nineteen Eighty-Four) en el año 1947. Desde entonces han pasado casi siete décadas y, sin embargo, sigue leyéndose con fruición, incluso ha encabezado las listas de ventas norteamericanas en los últimos tiempos y es uno de los clásicos más leídos en nuestro país. ¿A qué se debe este fenómeno? Desde luego es una gran novela, pero no comparable a las de Faulkner o Proust –los personajes orwellianos resultan algo planos y el argumento es muy similar al de una novela anterior del escritor ruso Yevgueni Zamiatin–. El mérito de Orwell radica en la maestría con la que supo plasmar el horror de una sociedad totalitaria, una sociedad en la que «El espionaje, las traiciones, las detenciones, las torturas, las ejecuciones y las desapariciones se producirán continuamente. Será un mundo de terror a la vez que un mundo triunfal» (1984, Parte tercera, capítulo III, Ediciones Destino, Barcelona, 1980). A día de hoy, la descripción de ese poder supremo que controla los movimientos de los ciudadanos, anula su capacidad para pensar, reescribe la historia en beneficio propio y se dedica a transformar mentiras en verdades aún resulta inquietante.

Eric Arthur Blair, más conocido por el pseudónimo de George Orwell, nació en la India británica en 1903. Escritor y periodista, se le recuerda por su especial compromiso con la justicia y la verdad, lo que le convirtió a menudo en una persona incómoda. Vargas Llosa, en su ensayo La verdad de las mentiras, dice de él: «El verdadero Orwell es una figura mucho más contradictoria y compleja de lo que aparenta ser en la imagen que ha prevalecido de él, y muy parecida a la de Albert Camus, a quien lo une, además del talento literario, la lucidez política y la valentía moral» (Mario Vargas Llosa, «George Orwell: socialista, libertario y anticomunista» en La verdad de las mentiras [Madrid: Alfaguara, 2002], pág. 213).

En su juventud, Orwell se posicionó en contra del imperialismo británico y, tras haber conocido de cerca las condiciones de vida de las clases obreras de Londres y París, se postuló en defensa del socialismo. En diciembre de 1936, viajó a Barcelona para luchar como voluntario en el bando republicano. Se alistó en el partido de orientación trotskista POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y durante los meses de enero y febrero combatió en el frente de Aragón; en mayo de 1937, fue herido en el cuello cerca de Huesca y se licenció. Un mes después, el gobierno republicano declaró al POUM una organización ilegal, lo que trajo consigo una dura represión anti-trotskista en Barcelona que a punto estuvo de costarle la vida a Orwell.

A raíz de esta experiencia y ya de vuelta en su país, el autor escribió en el año 1938 un ensayo titulado Homenaje a Cataluña (Homage to Catalonia), donde hablaba con admiración de la atmósfera revolucionaria y la falta de estructuras de clase en las zonas controladas por los anarquistas, pero también de la dura represión estalinista que el Partido Comunista ejerció contra las facciones de izquierda rivales, y las mentiras con las que la justificó.

«Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. (...) En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». (...) Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo». (George Orwell, Recuerdos de la guerra de España, Debate, 2011).

Esta denuncia le valió el reproche de muchos intelectuales afines a la Unión Soviética y de aquellos que consideraban que revelar las divisiones entre los comunistas y anarquistas en España podía resultar perjudicial para la causa republicana. Su editor, por ejemplo, no quiso publicarle el ensayo. Pese a todo, Orwell siguió combatiendo hasta su muerte el comunismo soviético y el carácter «utópico» y «elitista» de la intelectualidad europea de izquierdas, al tiempo que defendía su idea de socialismo democrático.

Considerado como uno de los grandes ensayistas en lengua inglesa, ha pasado a la posteridad por sus novelas; en especial, por Rebelión en la granja y 1984. La primera, publicada en 1945, está planteada como una fábula en la que un grupo de animales de una granja expulsa a los humanos tiranos para crear un sistema de gobierno que acaba convirtiéndose en otra tiranía brutal. La novela supone una sátira feroz a la figura de Stalin y el comunismo soviético.

En palabras del autor, 1984 presenta «un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controla no sólo el futuro sino también el pasado. Si el jefe dice de tal o cual acontecimiento que no ha sucedido, pues no ha sucedido; si dice que dos y dos son cinco, dos y dos serán cinco. Esta perspectiva me asusta mucho más que las bombas, y después de las experiencias de los últimos años no es una conjetura hecha a tontas y a locas». La novela se desarrolla en Londres, que en el año 1984 forma parte de Oceanía, un gran estado que comprende Gran Bretaña, EE UU y algunos territorios de ultramar, y que controla con mano férrea el Partido. La sociedad se divide en tres grupos: los miembros externos al Partido, los miembros internos y las proles –estas últimas representan el único grupo social que no se vigila, pues ha sido aplacado a base de miseria y falta de educación y ya no se teme.

Los miembros externos forman la burocracia. Están al tanto de los entresijos del sistema, por lo que soportan una intensa vigilancia. No tienen derechos, libertades ni privacidad, y son víctimas de una constante propaganda que tiene como objetivo fanatizar su adhesión al Partido y el rechazo al enemigo. Cada día se les somete a unos minutos de odio y, de manera periódica, se organizan manifestaciones donde se espera que insulten al enemigo y ensalcen al Partido. La Policía del Pensamiento los vigila día y noche a través de telepantallas y micrófonos repartidos por doquier y, ante cualquier comportamiento sospechoso, conversación o gesto facial delator, entra en acción. La Policía no es la única encargada de la vigilancia; los vecinos y familiares también participan de esta caza de brujas, pues el Partido se ha ocupado de erradicar cualquier vínculo emocional, y la familia, las relaciones de pareja o la amistad forman parte del pasado. Con este panorama, no es de extrañar que las detenciones sean masivas. Los supuestos rebeldes acaban en el Ministerio del Amor, donde «por su bien» (de ahí el retorcido nombre del Ministerio), se les tortura hasta que regresan al buen camino o mueren.

Otro método eficaz de control es la manipulación del lenguaje y la historia. El Partido sabe que lo que no puede expresarse no se piensa, por lo que ha impuesto a la ciudadanía el uso de la llamada «neolengua», un idioma creado por ellos de forma artificial y cuya característica principal es que, en vez de aumentar su vocabulario con el paso del tiempo, lo reduce. La manipulación de la historia corre a cargo del Ministerio de la Verdad, donde trabaja Winston Smith, el protagonista de la novela. Aquí se falsea el pasado para adaptarlo a los intereses del Partido, las mentiras se convierten en verdades a base de repetirlas (mentira institucionalizada) y se borran los datos incómodos del mismo modo que desaparecen las personas inconvenientes.

La última pata sobre la que se sostiene el sistema es la guerra constante. Además de Oceanía, hay otros dos superestados: Eurasia, que domina el continente europeo y Rusia, y Estasia, que incluye China y Japón. Estos tres estados compiten militarmente por el dominio de una estrecha franja alrededor del ecuador. En realidad, es imposible ganar la guerra porque los tres estados son iguales en capacidad y fuerza, pero a todos les interesa que exista un enemigo externo (si hay guerra con otros países, el país está en paz consigo mismo).

En cuanto a los personajes, Winston Smith desempeña el papel de rebelde junto con su novia, una joven que nació cuando el Partido ya estaba firmemente instaurado, por lo que carece de capacidad analítica, aunque conserva una rebeldía innata. O’Brien es un personaje ambiguo, a la vez odiado y respetado por el protagonista, y por encima de los tres se sitúan el Gran Hermano y Emmanuel Goldstein. El primero representa al gran dictador. Su imagen se proyecta a todas horas en los murales y telepantallas de la ciudad, pero no hace apariciones públicas, lo que le convierte en un personaje idealizado y enigmático. A lo largo de la novela, Smith duda varias veces de la existencia del Gran Hermano; en realidad, poco importa si existe o no, lo único relevante es la idea que representa, ese dirigente todopoderoso e imbatible al que se teme y venera a un tiempo. La crítica ha visto una clara referencia a la figura de Stalin. Emmanuel Goldstein es el antagonista del Gran Hermano; el enemigo más odiado y una pieza necesaria para el equilibrio del sistema. La crítica lo ha considerado el trasunto de León Trotski.

Cuando Orwell escribió 1984, la amenaza totalitaria era todavía algo muy real y la novela alcanzó una enorme repercusión; incluso intelectuales que vivían bajo un régimen comunista y habían tenido acceso a la novela declararon su asombro por la agudeza con la que el autor inglés había descrito el funcionamiento interno del sistema. A día de hoy, es posible encontrar ciertos paralelismos entre el mundo actual y el de 1984, y quizá por eso el interés por la novela no ha decaído. También en nuestra sociedad se manipula la información, se propagan noticias falsas que alcanzan más difusión que las verdaderas y hay políticos que retuercen el lenguaje y los datos, desprecian a sus adversarios y fomentan el aislamiento. A través de internet se practica la vigilancia masiva, y las redes sociales a menudo se utilizan para exhortar al odio y llevar a cabo linchamientos públicos. En cuanto al empobrecimiento del lenguaje y el pensamiento, no hay más que ver el desprestigio de las humanidades, el reduccionismo de los mensajes, la incapacidad para mantener la atención por mucho tiempo y la falta de interés por la cultura y la historia. También el pensamiento único se puede considerar una útil herramienta de control.

«(El Estado totalitario) dicta lo que debemos pensar, nos crea una ideología y trata de gobernar nuestra vida emocional al mismo tiempo que establece un código de conducta. En la medida de lo posible nos aísla del mundo exterior, nos encierra en un mundo artificial en el que carecemos de criterios de comparación. El Estado totalitario trata, en todo caso, de controlar los pensamientos y las emociones de sus súbditos tan completamente como controla sus acciones». «Literature and Totalitarianism», G. Orwell, 1941, CEJL, vol. II, pág. 135.

María Forero
George Orwell, 1984, Debolsillo, 2013

Este artículo ha aparecido en mi blog Entre libros (www.radiofftherecord.com)